jueves, 1 de julio de 2010

Y qué decir de la sosa


Después de unos cuantos experimentos con jabones solo de aceite de oliva nos animamos a introducir más grasas.

Por todos es sabido que el aceite de coco hace que los jabones hagan más espumitas, así que dicho y hecho, compramos aceite de coco y ¡a jabonear!

Pues bueno, una experiencia desastrosa. La mezcla trazó superrápido y quedaros feos, feos, feísimos.

En el siguiente experimento ya controlamos lo de la traza pero no terminaban de endurecerse, así que en los siguientes añadimos ácido esteárico para que quedara más duro y otra vez jabones blandos.

Probamos a echar menos agua en la mezcla y mejoró la cosa pero solo sutilmente.

Hasta que por fin descubrimos que el problema no venía del aceite de coco sino de la sosa. Volvimos a la marca de siempre et voilà! duros como cuernos.

La importancia de la temperatura


Cuando empezamos con nuestros primeros jabones notamos que quedaban con una ligera capita de sal en la superficie. En un primer momento pensamos que el problema era que la sosa no era pura así que cambiamos de marca y... ¡Oh sorpresa! seguía pasando lo mismo.


Después de un tiempo de experimentos fallidos nos dimos cuenta de que el problema es que no dejábamos enfríar la lejía antes de añadir el aceite.


Cuando se juntan el agua y la sosa la mezcla aumenta mucho de temperatura, hay que dejar que vuelva a temperatura ambiente y luego añadir las grasas.


En la foto he puesto un ejemplo, de todas formas quedaron monos y muy muy hidratantes.